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Duelo por una cafetera

Dra. María Dolores Pérez Ubieta

La pérdida no es nada más que el cambio y el cambio es el deleite de la naturaleza 
(Marco Aurelio)

El otro día, al despertar, y como uno de los correspondientes rituales mañaneros, me dispuse a hacer café. Mi cafetera tenía molinillo, así que dejaba todo impregnado a ese aroma del grano recién molido que a veces podía hasta “escuchar”. Ese momento, acompañado de silencio, cuando todas las células del cuerpo se están despertando y enfrentando el día, (esa es otra de las pequeñas cosas que más disfruto). Sin embargo, esa mañana ocurrió algo inesperado, la cafetera dejó de funcionar, se rompió. Me fastidió bastante, porque soy una nostálgica y era un artefacto que yo asociaba con muchos recuerdos importantes. Allí estaba, toda ella, con sus diez años y cinco mudanzas en los tornillos, sin inmutarse. Apreté una y otra vez el botón que tantos buenos ratos me había regalado, brrrr, brrrr, se oyó, finalmente, como una pequeña espiración, llegó el silencio, “ya no doy más”, interpreté yo, y pereció. Me quedé mirándola con desespero, no podía creer que me dejaba en el medio de una pandemia, confinados a golpe de multas, con las tiendas y los bares cerrados, sin posibilidad de sustitución alguna. Parece una tontería, pero cuando te encanta el café y no tienes en casa ni una greca de repuesto, puede ser una pequeña tragedia personal. Reconozco que solté hasta alguna lagrimita, ya he dicho que soy una nostálgica, había sido buena compañera de viaje, aceptar su ausencia no sería fácil, pero tenía que dejarla ir…
Ese día me apañé como pude, colando a la vieja usanza, porque mi última opción desde luego era quedarme sin café. 

Mientras me buscaba la vida para hacer una colada del líquido negro, me dio por pensar en las relaciones, qué difícil es dejar ir cuando una relación que importa se rompe, es irrelevante cómo se haya llegado hasta ese momento de ruptura. Comparar algo material con una relación puede parecer un pensamiento un poco frívolo, quizá, pero de alguna manera hay animales, plantas o cosas que nos conectan con nosotros mismos, y que nos han acompañado hasta forman parte de nuestra vida y cuando se van de ella se produce un sentimiento de vacío, de ruptura. Lo cierto es que, en mayor o menor medida, hay que aceptar, desapegarse, dejar ir, y llevar el duelo de la mejor manera posible. Porque una despedida, cuando es para siempre, viene acompañada de un duelo.

¿Qué es el duelo?

El final de una relación lleva consigo ciertas etapas. La primera persona que habló de las etapas de duelo, Elizabeth Kurbler Ross, describió cinco: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. Estas etapas no ocurren necesariamente en ese orden, ni uno pasa por todas ellas. Cuando una relación del tipo que sea termina, ya sea por fallecimiento, porque se rompe o por cualquier otra razón, toca asimilar y afrontar que la otra persona ya no está en nuestra vida, y para esto es necesario permitirnos sentir y vivir cada una de las emociones que cada etapa va a traer consigo: ansiedad, miedo, ira, rabia, tristeza, frustración…

La sociedad nos ha enseñado que hay que estar siempre bien y que el dolor y el sufrimiento son malos. Lo cierto es que nuestras emociones no deseadas están ahí para ayudarnos, luchar contra ellas y negarlas provoca que no desaparezcan. El dolor tiene una función, y es que logremos sentir y vivir nuestras experiencias, para poder enfrentarnos a ellas, asimilarlas y pasar página. Estos son los momentos en los que hay que aislarse un poco, interiorizar lo que está pasando y lo que sentimos que tenemos que hacer. Pero por lo general, cuando estamos tristes, ponemos en marcha todo tipo de mecanismos para evitar pensar y sentir. El resultado es que, lo que debería ser una tristeza funcional y pasajera termina perpetuándose en el tiempo y acompañándonos con todas sus consecuencias. En el otro extremo estan esas personas que se hunden y regocijan en la tristeza sin hacer nada por salir de ella. Este sufrimiento tampoco es sano, porque en realidad atrapa te envuelve y cuando más triste te ves, más pena te das y peor te pones. 

Lo más importante es saber que, aunque puede ser un proceso difícil, tiene un final, es superable y con el tiempo se convertirá en una experiencia más en tu vida, sobre todo en una oportunidad de crecimiento. Cuando se pone punto y final a algo, duele. Saber aceptar es difícil pero no se puede vivir aferrado a lo que no funciona, o a alguien que ya no está o que no quiere o sabe estar. ¿Se imaginan si me hubiese quedado esperando a que la cafetera reaccionara? ¿viviendo la absurda fantasía de que algún día volvería a hacer café? 
Lo reconozco, le tuve apego a la cafetera, pero lo peor ya pasó. Ya no estamos confinados y he podido comprar una nueva, que también hace buen café y me acompañará no sé hasta cuándo, solo sé que hoy está conmigo.

Entonces… ¿qué hacer?
  1. Mirarse por dentro y ponerse como meta estar bien a medio y largo plazo, vivir esas emociones que no nos gustan y entender su función. 
  2. Observarse y conectar con uno/a misma a través de la meditación y el mindfulness.
  3. Tomar tiempo para darse cuenta de lo que se está experimentando y aceptar que las cosas son como son, sin tratar de controlarlas o cambiarlas. 
  4. Ordenar los sentimientos, ponerles nombres, entender por qué están ahí y sobre todo aceptar que si están ahí es por algo y que si los asimilas, los sientes y los aceptas, estás dando los pasos más importantes para pasar página de este dolor y seguir con tu vida. 
  5. Hacer un esfuerzo para notar cuándo estás juzgando pensamientos o sentimientos y tener compasión por uno/a mismo/a. 
  6. Mímate, haz cosas que te hagan sentir bien y te den buena energía. 
  7. Rodearse de gente que te aporte sin juzgarte.
  8. Buscar ayuda. Ir a terapia te hará entender mejor y es un buen recurso para pasar esa etapa y hasta renovarse.
  9. No mirar al teléfono compulsivamente “esperando la caída de la hoja”.
  10. El duelo es difícil, hay que ser comprensivos y aceptar que tomará algún tiempo.


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